"VED EL TRONO A LA NOBLE IGUALDAD"

UN LIBRO PARA ENTENDER DE OTRA FORMA LA ECONOMIA ARGENTINA

PAGINA 12 - 18.04.2004 - Economía

En 1810, en todo el territorio argentino vivían unas 500 mil almas: un auténtico desierto. Esta era una gran fuerza equitativa, tanto que los pordioseros mendigaban a caballo. Había una tan elevada dotación de recursos naturales por habitante que éstos eran más valiosos que aquéllos. Pero esos recursos naturales eran precisamente los que sirven para producir bienes de consumo popular. Aún en 1896 había apenas 3,9 habitantes por kilómetro cuadrado de tierra fértil, muchos menos que en cualquier otro lugar del mundo. Como consecuencia de ello, la Argentina fue, hasta tiempos muy recientes, una nación de altos salarios, superiores incluso en algunos años a los de Gran Bretaña, pese a que ésta gozaba de un ingreso per cápita superior. Dos datos concluyentes: la Argentina fue (y se comprende por qué) el país con la proporción de inmigrantes más alta del mundo, y entre 1880 y 1910 el ingreso de inmigrantes, en proporción a la población existente, triplicó al de Estados Unidos. La Argentina era, en la comparación internacional, el reino de la igualdad.


Este aserto tan asombroso para un argentino contemporáneo, y la correspondiente explicación basada en la peculiar dotación de recursos de este país en el siglo XIX, son la puerta de entrada a Ved en trono a la Noble Igualdad; Crecimiento, Equidad y Política Económica en la Argentina, 1880-2003, un fascinante ensayo de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, realizado para la Fundación PENT y que será lanzado por Siglo XXI el próximo viernes 23 en la Feria del Libro, con comentarios de Juan Carlos Portantiero y Roberto Cortés Conde. El tomo llevará por título Entre la equidad y el crecimiento. Ascenso y caída de la economía argentina, 18802003. El texto se lee con fruición. Tiene la rara virtud de deleitar, a pesar de referirse a la economía. Tal vez la fuente de ese goce provenga de la presentación de hechos conocidos, pero a través de un cristal interpretativo diferente, original y por momentos muy provocativo. Es la clase de literatura que el lector desea compartir con sus amigos, además de aspirar, en este caso, a que la conozcan quienes gobiernan para que entiendan mejor de qué se trata esta economía.


La Argentina –siguen explicando Gerchunoff y Llach junior en su obra, que esta nota reflejará muy sintética e imperfectamente– estuvo siempre muy bien preparada para producir alimentos por arbitrio de la demografía y de la naturaleza. Pero ésa fue al mismo tiempo su gran desventaja comparativa para la producción industrial, que requería precisamente los factores menos abundantes: trabajo y capital. La Argentina pudo ser durante buena parte del siglo XX el país con más alta productividad industrial de América Latina, pero nunca aquel con mayores ventajas comparativas en la producción manufacturera. ¡Al contrario!


Una parte no desdeñable del crecimiento fabril anterior a la crisis de 1930 se debió a tempranas barreras proteccionistas (ya en 1885 fueron incrementados los aranceles aduaneros de diversos artículos). La industria argentina se veía limitada por otros dos factores “genéticos”: un mercado insuficiente para producir a gran escala, y el hecho de que entre los recursos naturales abundantes no se hallaban los insumos arquetípicos de la industria, como el carbón y el hierro. Frente a tanta adversidad, no podría la industria prosperar sólidamente sin ayuda del Estado o de acontecimientos externos que obligaran al país a producir por sí mismo casi todo aquello que consumiera.

Además de la asimetría sectorial –la abismal desventaja de la industria respecto del agro– había otra regional: la productividad natural de las llanuras pampeanas era muy superior a la del resto del país. Esa zona altamente productiva será la que ofrezca retornos mayores a la inversión y al trabajo, y allí se instalará el grueso del capital ingresado y de los inmigrantes. Antes del derrumbe de 1890, al igual que antes de 2001, la Argentina fue el destino predilecto del capital internacional.

Gerchunoff/Llach dirigen su análisis al “siglo largo” que se extendió entre 1880 y 2001, subdividiéndolo en períodos (ver recuadros aparte). Cada uno de ellos es referido a algún cuadrante de una especie de rosa de los vientos que construyen sirviéndose de dos variables: el sesgo al endeudamiento en la ordenada y la apertura comercial en la abscisa (ver gráfico). Cada campo (noroeste, noreste, sudeste, sudoeste) representa una combinación entre cierto grado de apertura (cuando ésta es baja se habla de industrialismo, ya que para promover la industrialización era preciso cerrar la economía) y cierto sesgo a contraer deuda, que se corresponderá con un déficit en el balance comercial financiado de esa manera. Cuando el país logra un saldo superavitario no se endeuda, pero puede conseguirlo con mayor o menor apertura.


Si el lector examina el planisferio descripto, comprenderá que era inevitable a partir de la crisis de 1930 y de la subsecuente merma en el comercio mundial correrse hacia el oeste, además de resultar más difícil situarse en el cuadrante norte, ya que los movimientos de capitales se frenaron abruptamente. Era poco lo que en esas circunstancias podía hacer la política económica para evitar una reducción del coeficiente de apertura y un balance comercial neutral o positivo.

Un punto esencial es que existe una definida relación entre la distribución del ingreso y la ubicación de la economía en los ejes de apertura comercial y de endeudamiento. Cuanto mayores han sido la apertura y el superávit del intercambio, más baja ha sido la relación entre el salario y la productividad, que es la medida de la distribución que utilizan los autores. Comerciar menos –es decir, acercar la composición de la producción argentina a su canasta de consumo– siempre implicó una mayor producción industrial.

Hay al menos dos motivos por los cuales producir más manufacturas (merced al proteccionismo) y menos bienes primarios pudo tener un efecto favorable sobre la distribución del ingreso. En primer lugar, la producción industrial es más intensiva en mano de obra que la agrícola, y más aún que la ganadera. Al aumentar la demanda de trabajo, la industrialización eleva los salarios. El factor productivo que es escaso (el trabajo) se beneficia de la protección porque con libre comercio el país se especializará en aquellos productos que usen el factor abundante (la tierra). Por algo la oligarquía terrateniente argentina fue por lo general favorable al libre comercio, a diferencia de la aristocracia rural de la Inglaterra decimonónica (había allí 277 habitantes por unidad de tierra fértil), que se aferró a sus proteccionistas leyes de granos, combatidas por los obreros industriales de Manchester, en tanto que los sindicatos peronistas de la Argentina fueron cerradamente proteccionistas. Segundo factor: para un país que siempre exportó trigo, maíz o carne, el desaliento a las exportaciones a través de peores precios (vía retenciones, por ejemplo) tornó más accesible la canasta básica deconsumo, desde el pan a la polenta. Ese fue otro descubrimiento práctico del peronismo, que dio larga vida a sus políticas antiexportadoras. No habría sido así si la ventaja comparativa de la Argentina hubiese consistido en un recurso poco importante para la canasta de consumo, como son los minerales. Aquí cerrar la economía hacía subir los salarios y abaratar la vida. Por eso el proteccionismo fue extremadamente popular.

En la adjunta rosa de los vientos, el cuadrante sudeste es el más regresivo porque combina apertura con tipo de cambio alto, es decir, salarios reales bajos. Es la situación planteada desde 2002. Los cuadrantes N.O. y S.O. son igualitarios en un sentido pero poco equitativos en otro, y el N.E., con economía cerrada y endeudamiento –peronismo histórico–, es el que resulta en una mejor distribución del ingreso. El evangelio que proponen Pablo y Lucas postula que consideraciones de distribución muy específicas a la Argentina llevaron a la adopción de políticas que frecuentemente acabaron siendo desfavorables al crecimiento económico.

“No pretendemos sugerir con ello que siempre existe un conflicto entre crecimiento rápido y distribución (del ingreso) pareja”, aclaran. Pero afirman que a partir de la inauguración de una democracia auténtica (aunque esporádica) en la segunda década del siglo XX hubo un rédito para las políticas que acentuaran (en algunas épocas) o preservaran (en otras) el rasgo genéticamente igualitario de la Argentina. “Argumentamos que la corrección de la asimetría sectorial fue vista como una manera de asegurar ese rasgo –expresan–. Y en tanto la república fue federal, se intentó moderar la asimetría regional.” Sostendrán luego que unas y otras tendencias en la política económica rara vez coincidieron con las que retrospectivamente aparecen como más favorables al crecimiento.

Por Julio Nudler
Director Ejecutivo, Fundación PENT